Ferrocarril de Antioquia

El ferrocarril de Antioquia fue uno acontecimientos más importantes para sentar las bases del desarrollo industrial y económico. Este costoso proyecto sin embargo, aunque importante, resultó ser efímero y no prosperó en el tiempo. En este video, el Rector de la Universidad Juan Luis Mejía Arango, nos cuenta sobre la construcción de este reto de la ingeniería y nos explica no sólo algunas de las razones de su cierre, sino que además, pone en evidencia las implicaciones que un medio de transporte puede tener en la cultura y la sociedad.

Anexos

Entrevista completa Rector EAFIT Juan Luis Mejía Arango

Manifiesto Liga Patriótica

Imágenes

Textos

Gabriel García Márquez

Capítulo XV  (fragmento Cien años de soledad)

– ¡ Tírense al suelo! ¡ Tírense al suelo!
Ya los de las primeras líneas lo habían hecho, barridos por las ráfagas de metralla. Los sobrevivientes, en vez de tirarse al suelo, trataron de volver a la plazoleta, y el pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua. Estaban acorralados, girando en un torbellino gigantesco que poco a poco se reducía a su epicentro porque sus bordes iban siendo sistemáticamente recortados en redondo, como pelando una cebolla, por las tijeras insaciables y metódicas de la metralla. El niño vio a una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo.
Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y solo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. No había un espacio libre en el vagón, salvo el corredor central. Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño, y su misma consistencia de espuma petrificada, y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. Tratando de fugarse de la pesadilla, José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro, en la dirección en que avanzaba el tren, y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera al pasar por los pueblos dormidos veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo.

Álvaro Mutis

El viaje

No sé si en otro lugar he hablado del tren del que fui conductor. De todas maneras, es tan interesante este aspecto de mi vida, que me propongo referir ahora cuáles eran algunas de mis obligaciones en ese oficio y de qué manera las cumplía.

El tren en cuestión salía del páramo el 20 de febrero de cada año y llegaba al lugar de su destino, una pequeña estación de veraneo situada en tierra caliente, entre el 8 y el 12 de noviembre. El recorrido total del tren era de 122 kilómetros, la mayor parte de los cuales los invertía descendiendo por entre brumosas montañas sembradas íntegramente de eucaliptos. (Siempre me ha extrañado que no se construyan violines con la madera de ese perfumado árbol de tan hermosa presencia. Quince años permanecí como conductor del tren y cada vez me sorprendía deliciosamente la riquísima gama de sonidos que despertaba la pequeña locomotora de color rosado, al cruzar los bosques de eucaliptos).

Cuando llegábamos a la tierra templada y comenzaban a aparecer las primeras matas de plátano y los primeros cafetales, el tren aceleraba su marcha y cruzábamos veloces los vastos potreros donde pacían hermosas reses de largos cuernos. El perfume del pasto «yaraguá» nos perseguía entonces hasta llegar el lugarejo donde terminaba la carrilera.

Constaba el tren de cuatro vagones y un furgón, pintados todos de color amarillo canario. No había diferencia alguna de clases entre un vagón y otro, pero cada uno era invariablemente ocupado por determinadas gentes. En el primero iban los ancianos y los ciegos; en el segundo los gitanos, los jóvenes de dudosas costumbres y, de vez en cuando, una viuda de furiosa y postrera adolescencia; en el tercero viajaban los matrimonios burgueses, los sacerdotes y los tratantes de caballos; el cuarto y último había sido escogido por las parejas de enamorados, ya fueran recién casados o se tratara de alocados muchachos que habían huido de sus hogares. Ya para terminar el viaje, comenzaban a oírse en este último coche los tiernos lloriqueos de más de una criatura y, por la noche, acompañadas por el traqueteo adormecedor de los rieles, las madres arrullaban a sus pequeños mientras los jóvenes padres salían a la plataforma para fumar un cigarrillo y comentar las excelencias de sus respectivas compañeras.

La música del cuarto vagón se confunde en mi recuerdo con el ardiente clima de una tierra sembrada de jugosas guanábanas, en donde hermosas mujeres de mirada fija y lento paso escanciaban el guarapo en las noches de fiesta.

Con frecuencia actuaba el sepulturero. Ya fuera un anciano fallecido en forma repentina o se tratara de un celoso joven del segundo vagón envenenado por sus compañeros, una vez sepultado el cadáver permanecíamos allí tres días vigilando el túmulo y orando ante la imagen de Cristóbal Colón, santo patrono del tren.

Cuando estallaba un violento drama de celos entre los viajeros del segundo coche o entre los enamorados del cuarto, ordenaba detener el tren y dirimía la disputa. Los amantes reconciliados, o separados para siempre, sufrían los amargos y duros reproches de todos los demás viajeros. No es cualquier cosa permanecer en medio de un páramo helado o de una ardiente llanura donde el sol reverbera hasta agotar los ojos, oyendo las peores indecencias, enterándose de las más vulgares intimidades y descubriendo, como en un espejo de dos caras, tragedias que en nosotros transcurrieron soterradas y silenciosas, denunciando apenas su paso con un temblor en las rodillas o una febril ternura en el pecho.

Los viajes nunca fueron anunciados previamente. Quienes conocían la existencia del tren, se pasaban a vivir a los coches uno o dos meses antes de partir, de tal manera que, a finales de febrero, se completaba el pasaje con alguna ruborosa pareja que llegaba acezante o con un gitano de ojos de escupitajo y voz pastosa.

En ocasiones sufríamos, ya en camino, demoras hasta de varias semanas debido a la caída de un viaducto. Días y noches nos atontaba la voz del torrente, en donde se bañaban los viajeros más arriesgados. Una vez reconstruído el paso, continuaba el viaje. Todos dejábamos un ángel feliz de nuestra memoria rondando por la fecunda cascada, cuyo ruido permanecía intacto y, de repente, pasados los años, nos despertaba sobresaltados, en medio de la noche.

Cierto día me enamoré perdidamente de una hermosa muchacha que había quedado viuda durante el viaje. Llegado que hubo el tren a la estación terminal del trayecto me fugué con ella. Después de un penoso viaje nos establecimos a orillas del Gran Río, en donde ejercí por muchos años el oficio de colector de impuesto sobre la pesca del pez púrpura que abunda en esas aguas.

Respecto al tren, supe que habla sido abandonado definitivamente y que servía a los ardientes propósitos de los veraneantes. Una tupida maraña de enredaderas y bejucos invade ahora completamente los vagones y los azulejos han fabricado su nido en la locomotora y el furgón.

León de Greiff

Poema a Bolombolo

«Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico

En absoluto! Enjalbegado de trópicos

hasta donde no más! Oh Bolombolo de cacófonico

o de ecolálico nombre onomatopéyico

y suave y retumbante

Oh Bolombolo!

Por aquí se atedia, en éste se atedia

por modo

Violento la fantasía: monótono

país del sol sonoro, de excesivas palmeras, de animalillos zumbadores,

de lagartijas vivaces, de salamandras y camaleones,

cigarras estridulantes, verdinegros

sapos rugosos, y melados escorpiones»

 

Carta Carlos E. Restrepo

Carlos E. Restrepo “Carta enviada a Alejandro Ángel”. Archivo Carlos E. Restrepo, Sala patrimonial, Biblioteca Carlos Gaviria Díaz, Universidad de Antioquia, 17 de noviembre de 1924, CER/CE/26, doc. 319, f. 222. 22 Cruz Posada, Juan de la. Liga Patriótica por Colombia y por Antioquia. Reseña sobre los ferrocarriles troncales de Colombia. Medellín, Tipografía Industrial, 1924, pp. 3-4. 15

“Medellín, agosto 27 de 1924. Honorables presidentes Senado, Cámara – Bogotá. Con patriótica y aun dolorosa sorpresa nos hemos enterado de la apasionada y amenazante oposición que ha tenido el proyecto de un ferrocarril troncal que una al cauca con Antioquia y la costa. Varios eminentes hermanos del sur de la República se niegan a tener con los del norte, particularmente con Antioquia, vinculaciones de ningún género, ni siquiera la civilizadora de los rieles. A pesar de todo y a pesar de todos, nosotros creemos tener el derecho y el deber de formar parte de la patria – (somos pedazos de sus entrañas) – y de compartir sus triunfos y sus dolores. No ha sido esa la conducta de Antioquia para con el Cauca grande. Como oportuno recuerdo hacemos el de la ley 2 de septiembre de 1877 de la Convención Constituyente de Antioquia, en que se ordenó al Estado tomar hasta 200 mil pesos en acciones del Ferrocarril de Buenaventura-Cali y se autorizó al ejecutivo a garantizar el 7% de interés sobre un capital de 100 mil pesos para promover las suscripciones particulares. Y téngase muy presente que esta ley de auxilio al pueblo hermano, no fue letra muerta; el gobierno hizo las erogaciones ordenadas, pagando las acciones del Ferrocarril del Pacífico hasta el año de 1885, época en la cual las permutó con el señor Cisneros por las que este poseía en la Sociedad Agrícola y de Inmigración, como aparece en el contrato número 7, de 18 de agosto de 1885. Sobre decisión del día 2 de mayo de 1882, para construir el Ferrocarril de Antioquia. Como lo dijo no hace mucho tiempo un inteligente hijo del Cauca, “el empalme de los ferrocarriles de Amagá y Pacífico es fácilmente realizable […] transformara a Colombia invertebra en nacionalidad indivisible, girando orbita pueblos fuertes y capaces. Además, constituye alto ideal nacional que depurara nuestra esterilizante política, favoreciendo evolución creadora patriotismo colombiano”

(Demetrio García Vásquez).

Documento de archivo histórico sobre la construcción de la carretera Panamericana, recuperado por el equipo de trabajo de Memoria Empresarial


EPM

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